LOS GLOBOS DE FUEGO
Las luces estallaban sobre los prados nocturnos del verano. Rostros de tíos y tías se
iluminaban en la oscuridad. Los fuegos artificiales descendían en los ojos castaños y
brillantes de los primos instalados en el porche, y las varas frías y calcinadas rebotaban
allá lejos sobre los campos de hierba seca.
El muy reverendo padre Joseph Daniel Peregrine abrió los ojos. -¡Qué sueño! ¡Él y sus
primos que jugaban animadamente en la antigua casa del abuelo, en Ohio, hacía ya
tantos años!
Se quedó escuchando el gran vacío de la iglesia, las otras celdas donde descansaban
los otros padres. ¿Recordarían ellos, también, en la víspera de la partida del cohete
Crucifijo, el cuatro de julio? Sí. Esta inquieta madrugada se parecía a aquellas noches de
la fiesta de la Independencia cuando uno espera el primer cañonazo y corre luego por las
aceras, cubiertas de rocío, con las manos llenas de ruidosos milagros.
Y aquí estaban, los padres de la Iglesia Episcopal, momentos antes de lanzarse hacia
Marte. Subirían como una rueda de fuegos de artificio, dejando una estela de incienso en
la aterciopelada catedral del espacio.
-¿Tenemos que ir realmente? -murmuró el padre Peregrine-. ¿No será mejor arreglar
nuestros pecados, aquí, en la Tierra? ¿No estaremos huyendo de nuestra vida terrestre?
El padre Peregrine se incorporó moviendo pesadamente ese cuerpo voluminoso que
tenía el color de las fresas, la leche y la carne cruda.
-¿O será sólo pereza? -se preguntó-. ¿No tendré miedo?
Se metió bajo las agujas de la ducha.
-Pero te llevan a Marte, carne -se dijo a sí mismo-. Dejaré aquí los viejos pecados. ¿E
iré a Marte a encontrarme con otros pecados nuevos?
Una idea atrayente, casi. Pecados que nadie había podido imaginar. Oh, él mismo
había escrito un libro titulado El problema del pecado en otros mundos, que la comunidad
episcopal había ignorado casi totalmente, como cosa poco seria.
La noche anterior, mientras fumaban un último cigarro, él y el padre Stone habían
conversado sobre eso.
-En Marte el pecado puede tener la apariencia de la virtud. ¡Tenemos que estar
prevenidos contra unos actos virtuosos que quizá sean pecados! -había dicho el padre
Peregrine sonriendo animadamente-. ¡Qué interesante! ¡El trabajo de un misionero nunca
estuvo tan envuelto en aventuras! ¡Desde hace siglos!
-Yo reconoceré el pecado, aun en Marte -dijo bruscamente el padre Stone.
-Nosotros los sacerdotes, tenemos el orgullo de ser como papeles de tornasol, que
cambian de color ante la presencia del pecado -replicó el padre Peregrine-. Pero, ¿y si la
química marciana es tal que no nos coloreamos? Si hay sentidos nuevos en Marte,
tenemos que admitir también la posible existencia de pecados irreconocibles.
-Si no hay mala intención, no puede haber pecado, ni castigo, ni arrepentimiento. Son
palabras del Señor -dijo el padre Stone.
-En la Tierra, sí. Pero quizá los pecados marcianos puedan llevar el mal al
subconsciente, en forma telepática, dejando la conciencia en libertad de acción,
¡aparentemente sin malicia! ¿Qué pasa, entonces?
-¿Qué pecados nuevos podrían existir?
El padre Peregrine se había inclinado pesadamente hacia adelante.
-Adán, solo, no pecó. Añádale Eva, y añade usted la tentación. Añada un segundo
hombre, y ya es posible el adulterio. Con la adición del sexo y otros seres humanos, se
añade el pecado. Si los hombres no tuviesen brazos, no podrían estrangular a nadie con
los dedos. No existiría entonces ese pecado de asesinato. Añádales manos y aparece la
posibilidad de una nueva violencia. Las amebas no pecan. Se reproducen por división
celular. No desean la mujer del prójimo, ni se matan entre sí. Añádales a las amebas
sexo, piernas y brazos y tendrá usted crímenes y adulterios. Añada o saque un brazo y
una pierna a una persona, y añadirá o suprimirá un mal posible. Si hay en Marte otros
cinco nuevos sentidos, órganos, miembros invisibles que no podemos imaginar, ¿no
habrá entonces cinco nuevos pecados?
El padre Stone lanzó un bufido.
-¡Parece como si esa idea le gustara!
-Me mantiene la mente despierta, padre. Eso es todo.
-Su mente está siempre haciendo juegos de manos, ¿eh? Con espejos, platos,
antorchas...
-Sí. Porque muy a menudo la Iglesia se parece a esos cuadros vivos de los circos
donde al levantarse el telón aparecen unos hombres inmóviles, blancos, bañados en talco
u óxido de cinc, que representan la belleza abstracta. Admirable. Pero yo confío en que
me dejen andar libremente entre esos hombres. ¿Usted no, padre Stone?
El padre Stone se había alejado.
-Creo que será mejor que nos acostemos. Dentro de unas horas daremos un salto para
ver esos nuevos pecados suyos, padre Peregrine.
El cohete estaba preparado para partir.
Los padres dejaron sus oraciones matinales. Hacía mucho frío. Los escogidos
sacerdotes de Los Angeles, Nueva York o Chicago -la Iglesia estaba enviando lo mejor
que tenía- caminaron a través del pueblo hasta el campo escarchado. El padre Peregrine
recordaba las palabras del obispo:
-Padre Peregrine, usted capitaneará a los misioneros con el padre Stone como
ayudante. Al elegirlo a usted para esta importante tarea he visto que mis motivos son
deplorablemente oscuros. Pero su folleto sobre los pecados planetarios no ha dejado de
tener sus lectores. Es usted un hombre flexible. Y Marte es como un armario sucio del que
nadie se preocupó durante miles de años. Los pecados se han acumulado allí como en un
almacén de antigüedades. Marte tiene el doble de la edad de la Tierra, y tiene también el
doble de noches de sábados, de despachos de bebidas, y de ojos clavados en mujeres
desnudas como focas blancas. Cuando abramos ese armario cerrado, todo eso caerá
sobre nosotros. Necesitamos un hombre rápido y flexible, alguien que sepa esquivar el
golpe. Un hombre demasiado dogmático se rompería en dos. Me parece que usted
resistirá bien. Padre, puede comenzar.
El obispo y los padres se arrodillaron.
Se sucedieron las bendiciones, y rociaron el cohete con agua bendita. El obispo,
incorporándose, se dirigió a los padres:
-Vais a preparar a los marcianos para que ellos puedan recibir la Verdad. Sé que Dios
os acompaña. Os deseo a todos un viaje bien meditado.
Pasaron ante el obispo, los veinte hombres, con un susurro de sotanas. Todos pusieron
las manos entre las bondadosas manos del obispo, y luego subieron al proyectil
purificado.
-Me pregunto -dijo en el último instante el padre Peregrine-, ¿y si Marte fuese el
infierno? ¿Si estuviese esperándonos para luego estallar en una nube de fuego y piedras?
-Que el Señor nos bendiga -dijo el padre Stone.
El cohete comenzó a moverse.
Salir del espacio era como salir de la más hermosa de las catedrales. Pisar el suelo de
Marte era como pisar el ordinario pavimento, fuera de la iglesia, cinco minutos después de
haber sentido, realmente, amor a Dios.
Los padres salieron cautelosamente del cohete humeante y se arrodillaron en el suelo
marciano. El padre Peregrine entonó una oración de gracias.
-Señor, te damos gracias por este viaje a través de tus moradas. Y, Señor, hemos
llegado a un mundo nuevo, de modo que necesitamos ojos nuevos. Oiremos sonidos
nuevos, y necesitamos oídos nuevos. Y habrá aquí pecados nuevos, y te pedimos la
gracia de unos corazones más firmes y más puros.
Los padres se incorporaron.
Y aquí estaba Marte, como un mar en el que se iban a sumergir disfrazados de
biólogos submarinos, en busca de la vida. Este era el territorio de los ocultos pecados.
¡Oh, qué cuidadosamente debían de guardar el equilibrio, como plumas grises, en este
nuevo elemento, temerosos de que hasta caminar sobre él fuese pecado, o respirar, o
aun ayunar!
Y ahí estaba el alcalde de la Primera Ciudad que se acercaba a ellos con la mano
extendida.
-¿Qué puedo hacer por usted, padre Peregrine?
-Quisiéramos saber algo de los marcianos. Pues sólo así podremos construir
inteligentemente nuestra iglesia. ¿Miden tres metros de altura? Construiremos unas
puertas muy altas. ¿Tienen la piel azul, roja o verde? Cuando pongamos figuras humanas
en los vitrales pintaremos la piel con el color adecuado. ¿Son pesados? Haremos
asientos sólidos.
-Padre Peregrine -dijo el hombre-, no creo que los marcianos deban de preocuparle.
Hay dos razas.
Una de ellas está casi muerta. Los pocos que quedan viven escondidos. Y la segunda
raza... bueno, no son seres humanos.
-Oh. -El corazón del padre Peregrine latió más rápidamente.
-Son globos de luz, padre, luminosos y redondos. Hombres o animales, ¿quién puede
saberlo? Pero actúan inteligentemente. Así he oído. -El alcalde se encogió de hombros-.
Pero por supuesto, no son hombres, así que no creo que usted deba preocuparse...
-Al contrario -dijo el padre Peregrine con rapidez-. ¿Inteligentes, ha dicho?
-Corre una historia. Un cateador de minas se rompió una pierna en esas montarías.
Solo, se hubiese muerto. Las esferas de luz se le acercaron. Cuando se despertó, estaba
acostado en la carretera y no sabía cómo había llegado allí.
-Borracho -dijo el padre Stone.
-Esa es la historia -dijo el alcalde-. Padre Peregrine, muerta la mayor parte de los
marcianos, y sólo con esos globos azules, creo francamente que sería mejor que se
instalase en la Primera Ciudad. Marte se ha inaugurado hace poco. Es una región
fronteriza, como las de aquellos viejos días terrestres: el Oeste y Alaska. Los hombres
vienen aquí en oleadas. Hay unos dos mil mecánicos irlandeses y mineros y trabajadores
que necesitan asistencia espiritual; pues hay demasiadas malas mujeres en ese pueblo y
demasiado vino marciano de hace diez siglos...
El padre Peregrine observaba las colinas azules.
El padre Stone se aclaró la garganta.
-¿Y bien, padre?
El padre Peregrine no lo oyó.
-¿Esferas de fuego azul?
-Sí, padre.
-Ah -suspiró el padre Peregrine.
-Globos azules -dijo el padre Stone sacudiendo la cabeza-. ¡Un circo!
El padre Peregrine sintió que la sangre le golpeaba en las muñecas. Miró el pueblecito
fronterizo, con sus pecados frescos y recientes, y miró las antiguas colinas, con los más
viejos y sin embargo (para él) más nuevos pecados.
-Alcalde, ¿sus irlandeses podrán cocinarse un día más en el infierno?
-Les daré una vuelta, preparándolos para su llegada, padre.
-Entonces, iremos allá -dijo el padre señalando las colinas con un movimiento de
cabeza.
Un murmullo.
-Sería algo tan simple -explicó el padre Peregrine- ir al pueblo. Prefiero pensar que si el
Señor viniese a este planeta y le dijeran: «Este es el viejo sendero», El replicaría:
«Mostradme los matorrales. Yo abriré el sendero.»
-Pero...
-Padre, piense cómo nos pesarían las conciencias si pasáramos junto a unos
pecadores sin tenderles la mano.
-¡Pero globos de fuego!
-Me imagino que los animales cuando vieron por primera vez al hombre pensaron que
era bastante raro. Y sin embargo, tenía un alma. Supongamos, hasta que probemos otra
cosa, que esas esferas brillantes tienen también un alma.
-Muy bien -dijo el alcalde-, pero luego vendrá al pueblo.
-Ya veremos. Primero el desayuno. Luego usted y yo, padre Stone, iremos hasta esas
colinas. No quiero asustar a esos marcianos de fuego con máquinas o multitudes.
¿Desayunamos?
Los padres comieron en silencio.
A la caída de la noche el padre Peregrine y el padre Stone se encontraban en lo alto de
las colinas. Se detuvieron y se sentaron en una roca a descansar y esperar. Los
marcianos no habían aparecido aún y los dos padres se sentían vagamente
desilusionados.
-Me pregunto... -El padre Peregrine se secó el sudor de la cara-. ¿Le parece que si les
gritamos?
«¡Hola!» nos responderán.
-Padre Peregrine, ¿no hablará usted nunca seriamente?
-No, no mientras el Señor no haga lo mismo. Oh, no ponga esa cara de susto, por
favor. El Señor no es serio. En realidad, es difícil saber qué es, además de amor Y el
amor está unido al humor ¿no es cierto? Pues no se puede amar a alguien si no se está
dispuesto a aguantarlo. Y no se puede aguantar constantemente a alguien sin reírse de
él, ¿no es verdad? Somos, es indudable, unos animalitos ridículos que se revuelven en un
tazón. Dios debe de amarnos principalmente porque le causamos gracia.
-Nunca imaginé a Dios como un humorista.
-¡El creador del platirrino, el camello, el avestruz y el hombre! ¡Oh, por favor! -El padre
Peregrine se rió.
Pero en ese mismo instante, entre las colinas sombrías, como una hilera de lámparas
azules que iluminasen el camino, aparecieron los marcianos.
El padre Stone fue el primero en verlos.
-¡Mire!
El padre Peregrine se volvió y dejó de reír.
Los azules globos de fuego se detuvieron palpitando entre las estrellas titilantes.
-¡Monstruos!
El padre Stone se incorporó de un salto. Pero el padre Peregrine lo retuvo.
-¡Espere!
-¡Tendríamos que haber ido a la ciudad!
-¡No! ¡Escuche, mire! -suplicó el padre Peregrine.
-¡Tengo miedo!
-No. Son obra de Dios.
-¡Del demonio!
-No. Serénese.
El padre Peregrine calmó al padre Stone, y volvieron a sentarse. Las esferas azules se
acercaron iluminando la cara de los dos sacerdotes.
Otra vez la noche del día de la Independencia, pensó el padre Peregrine,
estremeciéndose. Se sentía como un niño en aquellos atardeceres del cuatro de julio,
cuando estallaban los cielos, rompiéndose en estrellas de polvo y ardiente sonido, y las
ventanas de las casas temblaban como el hielo de mil charcos. Las tías, los tíos y los
primos. gritaban: ¡Ah! como ante un médico celestial. El cielo de verano se llenaba de
colores. Y los globos de fuego, encendidos por algún abuelo indulgente, se alzaban en
manos firmes y tiernas. ¡Oh, el recuerdo de aquellos hermosos globos de fuego, de luz
suave, de cálidos e hinchados tejidos, como alas de insecto, que yacían como mariposas
plegadas en cajas, y que al fin, después de un día de desorden y furia, los niños
desdoblaban cuidadosamente! Azules, rojos, blancos, patrióticos, ¡los globos de fuego! El
padre Peregrine vio otra vez los rostros de los familiares queridos, muertos hacía ya
mucho tiempo, y ya cubiertos de musgo, mientras el abuelo encendía las velitas,
permitiendo que el aire caliente subiera a llenar los globos luminosos que los niños
sostenían entre las manos, como una brillante visión que no se atrevían a liberar; pues ya
sueltos los globos, otro año se iba de la vida, otro cuatro de julio, otro fragmento de
belleza se perdía para siempre. Y hacia arriba, hacia arriba, todavía más arriba, hacia las
cálidas constelaciones del verano, subían los globos de fuego, mientras los ojos castaños
y azules los seguían desde los porches familiares. Allá, en el territorio de Illinois, sobre
ríos nocturnos y casas dormidas, los globos de fuego se elevaban cabeceando y
alejándose para siempre...
El padre Peregrine sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Sobre él oscilaban los
marcianos, como mil susurrantes globos de fuego. En cualquier momento su bondadoso
abuelo, muerto hacía ya tanto tiempo, aparecería a su lado, con los ojos clavados en la
belleza.
Pero era el padre Stone.
-¡Vámonos, por favor, padre!
-Tengo que hablarles.
El padre Peregrine se adelantó sin saber qué decir. ¿Qué les había dicho,
mentalmente, a los globos de fuego del pasado? Sois hermosos, sois hermosos. Nada
más, y eso ahora no parecía bastante. El padre Peregrine sólo atinó a levantar los
gruesos brazos y a gritarles como había deseado hacerlo en otro tiempo ante otros
globos:
-¡Hola!
Pero las esferas luminosas siguieron ardiendo como imágenes en un espejo oscuro.
Parecían inmóviles, gaseosas, milagrosas, eternas.
-Venimos con Dios -dijo el padre Peregrine dirigiéndose al cielo.
-¡Qué tontería, qué tontería! -El padre Stone se mordía el dorso de la mano-. ¡Cállese,
padre Peregrine, en nombre de Dios!
Las esferas fosforescentes se alejaron entre las colinas. Un instante después, habían
desaparecido.
El padre Peregrine las llamó de nuevo y el eco de su último grito sacudió las cimas más
próximas. Se dio vuelta y vio que un alud levantaba una nube de polvo, se detenía, y
luego, con un estruendo de ruedas de piedra, descendía por la montaña.
-¡Mire lo que ha hecho! -gritó el padre Stone.
El padre Peregrine miró las piedras, casi fascinado, y luego con horror. Se volvió,
sabiendo que sólo podrían correr unos metros. Serían aplastados por las rocas. Apenas
alcanzó a murmurar:
-¡Oh, Señor! -y las rocas cayeron.
-¡Padre!
Los sacerdotes fueron apartados de su sitio como el trigo de la cizaña. El débil
resplandor azul de unas esferas, unos astros fríos que se movieron rápidamente, el eco
de un trueno, y los padres se encontraron de pie en una arista rocosa a cincuenta metros
de distancia del lugar donde habían caído unas cuantas toneladas de piedra.
La luz azul se desvaneció.
Los padres se tomaron por los brazos.
-¿Qué ha ocurrido?
-¡Los fuegos azules nos trajeron aquí!
-¡Hemos venido corriendo!
-No, los globos nos salvaron la vida.
-¡Imposible!
-Pues así ha sido.
El cielo estaba desierto. Parecía como si una enorme campana hubiese dejado de
sonar. Las reverberaciones golpeaban aún los dientes y las médulas de los padres.
-Vámonos de aquí. Usted va a matarnos.
-No he temido a la muerte durante muchos años, padre Stone.
-No hemos probado nada. Esas luces azules huyeron al oír el primer grito. Todo esto
es inútil.
-No. -El padre Peregrine se sentía poseído por una maravillosa obstinación-. Nos
salvaron, de algún modo Eso prueba que tienen alma.
-Eso prueba solamente que pueden habernos salvado Fue algo confuso. Quizá
escapamos por nuestros propios medios.
-No son animales, padre Stone. Los animales no salvan vidas, y menos aún vidas
extrañas. Misericordia y compasión, eso hemos visto. Quizá, mañana, podamos probar
algo más.
-¿Probar qué? ¿Cómo? -El padre Stone sentía una inmensa fatiga. Su rostro
endurecido reflejaba la violencia por la que habían pasado su cuerpo y su mente-.
¿Siguiéndolos en helicópteros, leyéndoles capítulos y versículos? No son seres humanos.
No tienen ojos, ni oídos, ni cuerpos como los nuestros.
-Pero yo he sentido algo ante ellos -replicó el padre Peregrine-. Siento que va a
revelárseme algo muy importante. Nos salvaron. Piensan. Podían elegir: dejarnos morir o
salvarnos. ¡Esto prueba la existencia de un libre albedrío!
El padre Stone estaba ocupado en encender un fuego, mirando las ramitas que tenía
en la mano, tosiendo ante la humareda gris.
-Abriré un convento para ocas, un monasterio para cerdos devotos, y construiré una
microscópica capilla para que los infusorios puedan asistir a los servicios dominicales y
pasen las cuentas del rosario entre sus flagelos.
-Oh, padre Stone.
-Perdóneme. -El padre Stone, enrojecido, parpadeó a través del fuego-. Pero esto es
como bendecir a un cocodrilo que va a devorarnos. Está usted arriesgando todas nuestras
vidas. ¡Deberíamos estar en la Primera Ciudad, sacando el licor de las gargantas de los
hombres y el perfume de las manos!
-¿No puede usted reconocer lo humano en lo inhumano?
-Reconozco más fácilmente lo inhumano en lo humano.
-Pero, ¿y si yo pruebo que estos seres conocen el pecado, conocen la moral, y gozan
de libertad e inteligencia?
-Le costará convencerme.
La noche se enfriaba con rapidez, y los padres miraron las llamas donde bailaban unos
trastornados pensamientos, y comieron unos bizcochos y unas fresas, y luego se
abrigaron para dormir bajo la armonía de los astros. Y antes de volverse por última vez, el
padre Stone, que estaba pensando en cómo molestar al padre Peregrine, miró las brasas
rosadas y dijo:
-No hubo Adán y Eva en Marte. No hubo pecado original. Quizá los marcianos viven en
gracia de Dios. Así que podríamos volver a la ciudad y comenzar a trabajar con los
terrestres.
El padre Peregrine se prometió a sí mismo rezar una oración por el padre Stone, que
se había enojado tanto, y que ahora se estaba mostrando vengativo.
-Sí, padre Stone; pero los marcianos mataron a varios de nuestros colonos. Eso es
pecado. Tiene que haber habido un pecado original y una Eva y un Adán marcianos. Los
descubriremos. Los hombres son siempre hombres, no importa cuál sea su forma, y
pecan fácilmente.
Pero el padre Stone se hacía el dormido.
El padre Peregrine no cerró los ojos.
Indudablemente, no podían mandar a esos marcianos al infierno, ¿podían acaso? ¡Qué
compromiso para sus conciencias! Podían volver a las nuevas ciudades de la colonia,
esas ciudades tan llenas de lugares de perdición, y mujeres con ojos como chispas y
blancos cuerpos de ostra que retozaban en las camas con los trabajadores solitarios. ¿No
era ese el lugar de los padres? ¿No era este paseo por las colinas un mero capricho?
¿Pensaba él realmente en la Iglesia de Dios, o estaba apagando la sed de su esponjosa
curiosidad? ¡Esos fuegos de San Telmo, redondos y azules, como ardían detrás de la
máscara, lo humano detrás de lo inhumano! ¿No se sentiría interiormente orgulloso si
pudiera decirse a sí mismo que había convertido a toda una mesa de billar llena de bolas
de fuego? ¡Qué pecado de orgullo! Merecía una buena penitencia. Pero uno comete
tantos actos de orgullo por amor, y él amaba tanto a Dios y era por eso tan feliz. Y quería
que todos fueran tan felices como él.
Antes de dormirse vio aún el retorno de los fuegos azules, como un vuelo de ángeles
ardientes que venían a velar su sueño cantándole en silencio.
Cuando el padre Peregrine se despertó, en las primeras horas de la mañana, los
sueños redondos y azules estaban todavía en el cielo.
El padre Stone dormía profunda y serenamente. El padre Peregrine observaba a los
marcianos, que flotaban y lo observaban. Eran seres humanos, lo sabía muy bien. Pero
tenía que probarlo, o si no iba a enfrentarse con un obispo de lengua seca y ojos secos
que le diría, bondadosamente, que se hiciera a un lado.
¿Pero cómo probar la humanidad de unos seres que se ocultaban en las altas bóvedas
del cielo? ¿Cómo atraerlos, y obtener de ellos las respuestas necesarias?
-Nos salvaron de esas rocas.
El padre Peregrine se levantó, camino entre las piedras y comenzó a subir por la colina
más cercana hasta una saliente que caía a pico sobre un abismo de cincuenta metros.
Respiraba fatigosamente. Había ascendido con rapidez, y el aire era helado. Se detuvo,
reteniendo el aliento.
-Si caigo desde aquí, no saldré seguramente con vida.
Dejó caer un guijarro. Un momento después se oyó el ruido de la piedra al chocar
contra las rocas. Dejó caer otro guijarro.
-No será suicidio, ¿no es cierto?, si lo hago por amor...
Alzó los ojos hacia las esferas.
-Pero antes, probaré otra vez. ¡Hola! ¡Hola!
Los ecos retumbaron uno sobre otro, pero los fuegos azules no cambiaron ni se
movieron.
Les habló durante cinco minutos. Cuando terminó, miró al padre Stone, allá abajo,
indignantemente dormido.
-Tengo que probarlo todo. -El padre Peregrine se adelantó hacia el borde del precipicio-
. Soy un hombre viejo. No tengo miedo. Seguramente el Señor comprenderá que lo hago
por El..
Tomó aliento. Su vida entera desfiló rápidamente. ¿Moriré dentro de un instante? Temo
amar demasiado la vida. Pero amo aún más otras cosas.
Y con este pensamiento, dio un paso en el vacío y cayó.
-¡Tonto! -se gritó. Daba vueltas en el aire-. ¡Estabas equivocado!
Las rocas subían rápidamente hacia él y se vio a sí mismo aplastado contra ellas y
enviado a la gloria.
-¿Por qué he hecho esto? -Pero sabía por qué. Se tranquilizó. El viento rugía y las
rocas venían a recibirlo.
Y de pronto, un movimiento de estrellas, un resplandor azul, y el padre Peregrine se vio
envuelto en una luz celeste, y suspendido en el aire. Un momento después era
depositado, con un golpe suave, sobre las rocas. Y allí se sentó, vivo, palpándose el
cuerpo, y clavando los ojos en esas luces azules que ya se habían retirado.
-¡Me habéis salvado la vida! -murmuró-. No me dejasteis morir. Sabíais que estaba
equivocado.
Corrió hacia el padre Stone, que dormía aún, tranquilamente.
-¡Padre, padre, despierte! -Lo sacudió, y lo volvió hacia él-. ¡Padre, me han salvado!
-¿Quién lo ha salvado? -El padre Stone parpadeó incorporándose.
El padre Peregrine relató su experiencia.
-Un sueño, una pesadilla. Vamos, duérmase otra vez -dijo el padre Stone. irritado-.
Usted y sus globos de circo.
-¡Pero estaba despierto!
-Vamos, vamos, padre. Cálmese.
-¿No me cree? ¿Tiene un arma? Sí, démela.
-¿Qué va a hacer?
El padre Stone le alcanzó el arma de fuego que habían traído para protegerse de las
serpientes, y otros similares e imprevisibles animales.
El padre Peregrine esgrimió el arma.
-¡Lo probaré!
Apuntó a su propia mano y disparó.
-¡Deténgase!
Se vio una luz temblorosa y ante los propios ojos de los padres la bala se detuvo a
unos centímetros de la palma de la mano. Se quedó allí, un momento, rodeada por una
fosforescencia azul. Luego cayó, hundiéndose en el polvo con un débil silbido.
El padre Peregrine disparó el arma tres veces: contra una mano, una pierna, el cuerpo.
Las tres balas flotaron, brillantes, y luego, como insectos muertos, cayeron a sus pies.
-¿Ha visto? -dijo el padre Peregrine, soltando el arma, que cayó junto a las balas-.
Saben. Comprenden. No son animales. Piensan, juzgan y viven en un clima moral. ¿Qué
animal me hubiese salvado de mí mismo como éste? No, ningún animal. Sólo un hombre,
padre. ¿Cree usted ahora?
El padre Stone miraba el cielo y las luces azules. Luego, en silencio, se dejó caer sobre
una rodilla y recogió las balas tibias y las tuvo un momento en la palma de la mano. Cerró
firmemente los dedos.
El sol se levantaba detrás de los padres.
-Creo que debemos reunirnos con los otros, contarles lo que pasa y traerlos aquí -dijo
el padre Peregrine.
Cuando el sol llegó a lo alto del cielo, ya no estaban muy lejos del cohete.
El padre Peregrine dibujó un círculo en el centro del pizarrón encerado.
-Éste es Cristo, el hijo del Padre.
Los sacerdotes ahogaron un grito. El padre Peregrine se hizo el sordo.
-Este es Cristo en toda su gloria -continuó.
-Parece un problema de geometría -observó el padre Stone.
-Una comparación afortunada, pues se trata aquí de símbolos. Cristo no es menos
Cristo, como deben admitirlo ustedes, porque esté representado por un cuadrado o un
círculo. La cruz ha simbolizado, durante siglos, su amor y su agonía. Ahora este círculo
será el Cristo marciano. Así lo presentaremos en Marte.
Los padres, incómodos, se agitaron en sus asientos y se miraron.
-Usted, hermano Matías, fabricará un globo de vidrio lleno de fuego. Lo instalaremos
sobre el altar.
-Magia barata -murmuró el padre Stone. El padre Peregrine continuó pacientemente:
-Al contrario, les presentaremos a Dios mediante una imagen comprensible. ¿Si Cristo
se hubiese presentado en la Tierra como un pulpo, lo hubiéramos aceptado fácilmente? -
El padre Peregrine abrió las manos-. ¿Fue acaso un truco barato de Dios enviarnos a
Cristo bajo la forma de un hombre? Cuando hayamos bendecido la iglesia, y
consagremos el altar y este símbolo, ¿creéis que Cristo se rehusará a habitar esta forma?
Vuestros corazones saben muy bien que no.
-¡Pero el cuerpo de un animal sin alma! -dijo el padre Matías.
-Ya hemos discutido eso, muchas veces, hermano Matías. Esas criaturas nos salvaron
de las rocas. Comprendieron que la autodestrucción es algo pecaminoso, y la evitaron
una y otra vez. Por lo tanto tenemos que edificar una iglesia en las colinas, vivir junto a
ellos, que descubrir sus modos de pecar, sus extraños modos de pecar, y ayudarles a
encontrar a Dios.
Los padres no parecían complacidos con el proyecto.
-¿Os preocupa su forma? -preguntó el padre Peregrine-. ¿Pero qué es una forma? Sólo
un recipiente para el alma luminosa que Dios nos ha concedido. Si yo mañana
descubriese que los leones marinos son inteligentes y libres, que saben cuándo no deben
pecar, que comprenden el significado de la existencia, y que moderan la justicia con la
misericordia y la vida con el amor, yo levantaría entonces una catedral submarina. Y si los
gorriones fueran dotados, milagrosamente, y por voluntad de Dios, de un alma inmortal,
llenaría una iglesia de helio y los perseguiría por los aires, pues todas las almas,
cualquiera sea su forma, que gocen de libre albedrío y tengan conciencia de sus pecados,
arderán en el infierno si no enderezan su vida. No dejaré por lo tanto que una esfera
marciana arda para siempre en el infierno. Es una esfera sólo ante mis ojos. Cuando
cierro los ojos la veo ante mí como inteligencia, amor, espíritu... y no puedo no hacerle
caso.
-¡Pero ese globo de vidrio que usted desea instalar en el altar! -protestó el padre Stone.
-Pensad en los chinos -replicó el padre Peregrine imperturbable-. ¿Qué clase de Cristo
adoran los cristianos en la China? Un Cristo oriental, naturalmente. Todos habéis visto
escenas de navidad orientales. ¿Cómo está vestido Cristo? Con ropas asiáticas. ¿Por
dónde anda? Entre casas de bambú y montañas de niebla, y árboles torcidos. Las
pestañas son más largas; los huesos de las mejillas, más altos. Cada país, cada raza,
añaden algo suyo a Nuestro Señor. Me acuerdo de la Virgen de Guadalupe, a quien
reverencia todo México. Su piel... ¿Habéis visto el color de su piel? Una piel oscura, igual
a la de sus devotos. ¿Es eso una blasfemia? De ningún modo. No es lógico que los
hombres acepten a Dios -no importa su realidad- de otro color. Me he preguntado muchas
veces por qué nuestros misioneros tienen éxito en África con un Cristo blanco como la
nieve. Quizá porque el blanco es un color sagrado, como el de un albino, para las tribus
africanas. Denles tiempo. ¿Cristo no se oscurecerá? La forma no tiene importancia. El
contenido es todo. No podemos esperar que esos marcianos acepten una forma extraña.
Les presentaremos a Cristo parecido a ellos.
-Hay una falla en su razonamiento, padre -dijo el padre Stone-. ¿No nos creerán
hipócritas, los marcianos? Pronto verán que no adoramos a un Cristo redondo y globular,
sino a un hombre con cabeza y miembros. ¿Cómo justificaremos la diferencia?
-Mostrándoles que no hay ninguna. Cristo ocupa cualquier recipiente. Cuerpos o
globos, allí está él.
Todos adoran lo mismo, bajo formas distintas. Más aún, tenemos que creer en este
globo de fuego. Tenemos que creer en una forma que no tiene, para nosotros, ningún
significado. Este esferoide ser Cristo. Y tenemos que recordar que también nosotros,
como la forma de nuestro Cristo terrestre, somos algo ridículo y absurdo para estos
globos marcianos.
El padre Peregrine dejó a un lado la tiza.
-Y ahora, vayamos a las colinas a edificar nuestra iglesia.
Los padres empaquetaron sus equipos.
La iglesia no era una iglesia, sino una superficie libre de rocas, una plataforma en lo
alto de una colina, de suelo liso y limpio, y un altar en donde el hermano Matías había
instalado un globo de fuego.
Y al cabo de seis días de trabajo la iglesia estaba lista.
-¿Qué haremos con esto? -El padre Stone golpeó con la punta de los dedos la
campana de hierro que habían traído-. ¿Qué significa esta campana para ellos?
-Creo que la he traído para nuestra propia comodidad -admitió el padre Peregrine-.
Necesitamos algunas cosas familiares. Esta iglesia se parece tan poco a una. iglesia. Y
todos sentimos que hay algo de absurdo en todo esto... Yo mismo lo siento así. Es algo
demasiado nuevo. Convertir criaturas de otro mundo. A veces me siento como un actor
ridículo. Y entonces le pido a Dios que me de las fuerzas necesarias.
-Algunos de los padres no se sienten nada contentos. Algunos se ríen de todo esto,
padre Peregrine.
-Ya lo sé. Para tranquilidad de esos padres instalaremos esta campana, en una
torrecita.
-¿Y qué haremos con el órgano?
-Lo tocaremos mañana, en el primer servicio.
-Pero, los marcianos...
-Ya lo sé. Pero vuelvo a repetírselo. Para nuestra propia comodidad, nuestra propia
música. Más tarde descubriremos la música marciana.
Los padres se levantaron muy temprano en la mañana de domingo, y se movieron en el
aire helado como pálidos fantasmas, con las sotanas cubiertas de escarcha crujiente.
Estaban como adornados de campanillas, y esparcían a su alrededor unas gotas
plateadas.
-Me pregunto si hoy es domingo en Marte -murmuró el padre Stone, pero al ver el gesto
del padre Peregrine continuo-: Puede ser miércoles o jueves, ¿quién sabe? Pero no
importa. Dejemos correr la imaginación. Es domingo para nosotros. Adelante.
Los padres entraron en la plataforma de la «iglesia» y se arrodillaron, estremeciéndose,
con los labios morados.
El padre Peregrine pronunció una breve oración, y puso los fríos dedos sobre las teclas
del órgano. La música se alzó como un vuelo de hermosos pájaros. El padre Peregrine
tocaba las teclas como un hombre que mueve las manos entre las hierbas de un jardín
salvaje, levantando grandes bandadas de belleza hacia las colinas.
La música calmó el aire. Se sentía el olor fresco de la mañana. La música flotó entre
las colinas e hizo caer una lluvia de polvo mineral. Los padres esperaban.
-Bueno, padre Peregrine. -El padre Stone recorrió con los ojos el cielo vacío donde el
sol, rojizo como un horno, se estaba levantando-. No veo a sus amigos -Probaré otra vez.
El padre Peregrine tenía el rostro cubierto de sudor. Construyó una iglesia de música,
tan alta que su presbiterio se alzaba en Nínive y sus agujas junto a la izquierda de San
Pedro. Cuando el padre Peregrine dejó de tocar, la música no se deshizo. Se convirtió en
un grupo de nubes blancas, y el viento las llevó hacia otras tierras.
El cielo estaba todavía vacío.
-¡Tienen que venir! -Pero el padre Peregrine sintió que el terror lo invadía, lentamente-.
Recemos.
Pidamos que vengan. Los marcianos saben leer el pensamiento.
Los padres volvieron a arrodillarse, entre murmullos y suspiros. Rezaron.
Y del este, de las montañas de hielo, a las siete en punto de aquella mañana de
domingo, quizá mañana de jueves o de lunes en Marte, surgieron los delicados globos de
fuego. Flotaron suavemente y descendieron hasta rodear a los padres temblorosos.
-Gracias, oh, gracias, Señor.
El padre Peregrine cerró con fuerza los ojos y tocó la música, y cuando terminó, volvió
la cabeza y miró a sus asombrosos feligreses.
Y una voz le rozó la mente. Dijo la voz:
-Hemos venido sólo por un rato.
-Pueden quedarse -dijo el padre Peregrine.
-Sólo por un rato -dijo la voz serenamente-. Hemos venido a deciros algo. Podíamos
haber hablado antes. Pero creímos que si os dejábamos solos seguiríais quizá vuestro
camino.
El padre Peregrine comenzó a hablar, pero la voz lo detuvo.
-Somos los viejos -dijo la voz, y las palabras entraron en el padre Peregrine como una
llamarada de gases azules que ardieron en las cámaras de su cabeza-. Somos los viejos
marcianos. Dejamos las ciudades de mármol y vinimos a las colinas, alejándonos de
nuestra antigua vida material. Nos convertimos, hace mucho tiempo, en esto que somos
ahora. Una vez fuimos hombres, con cuerpos y piernas y brazos como los vuestros. Dice
la leyenda que uno de nosotros, un hombre sabio, descubrió el modo de liberar el alma y
la mente del hombre, de liberarlos de las enfermedades corporales, la melancolía, la
muerte, las transfiguraciones, los malos humores y la vejez, y entonces tomamos esta
forma de luz y fuego azul, y comenzamos a vivir, para siempre, en el viento, el cielo y las
colinas, ya nunca orgullosos ni arrogantes, ni ricos ni pobres, ni apasionados ni fríos.
Vivimos apartados de los hombres que habitan este mundo. Nadie recuerda cómo ha
podido ocurrir. El método ha sido olvidado. Pero no morimos nunca, ni hacemos daño a
nadie. Hemos dejado los pecados del cuerpo, y vivimos en estado de gracia. No
deseamos los bienes ajenos; no tenemos bienes. No robamos y no matamos,
desconocemos la concupiscencia y el odio. Vivimos felices. No podemos reproducirnos,
no podemos beber, ni comer, ni guerrear. Cuando abandonamos nuestros cuerpos,
abandonamos también las sensualidades y las debilidades de la carne. Nos hemos
librado del pecado, padre Peregrine. Nuestros pecados han ardido como hojas de otoño,
se han desvanecido como las flores sexuales de una primavera roja y amarilla, han
quedado atrás como las noches sofocantes del más cálido verano. Y nuestra estación es
templada, y en nuestro clima florecen los pensamientos.
El padre Peregrine se había incorporado, pues la voz lo tocaba de tal modo que se
sentía casi fuera de sí. Era un éxtasis y una llama que le atravesaban el cuerpo.
-Deseamos deciros que apreciamos que hayáis construido este edificio para nosotros,
pero no nos hace falta, pues cada uno de nosotros es un templo en sí mismo, y no
necesita lugar alguno para purificarse. Perdonadnos que no hayamos venido antes, pero
vivimos muy apartados los unos de los otros, y no hemos hablado con nadie durante diez
mil años, ni hemos intervenido en la vida de este viejo planeta. Se os ha ocurrido ahora
que somos como los lirios del campo: no trabajamos, no hilamos. Tenéis razón. Os
sugerimos por lo tanto que llevéis este templo a las nuevas ciudades y allí limpiéis a otros
hombres. Pues creedlo, nosotros vivimos felices, y en paz.
Los padres seguían arrodillados, envueltos en aquella vasta luz azul, y el padre
Peregrine se había arrodillado también, y todos lloraban. No les importaba haber perdido
el tiempo. No les importaba.
Las esferas azules murmuraron y comenzaron a elevarse otra vez, en una ráfaga de
aire fresco.
-Puedo... -gritó el padre Peregrine, titubeando, y con los ojos cerrados-, ¿puedo venir
otra vez, algún día, a aprender de vosotros?
Los fuegos azules resplandecieron. El aire se estremeció.
Sí. Algún día podría volver. Algún día.
Y en seguida los globos de fuego se alejaron y desaparecieron, y el padre Peregrine
era un niño arrodillado, con los ojos llenos de lágrimas, que gritaba:
-¡Vuelvan! ¡Vuelvan! -Y en cualquier momento el abuelo lo alzaría en brazos y lo
llevaría escaleras arriba, a aquel dormitorio de un antiguo pueblo de Ohio...
Los padres abandonaron las colinas. Caía el sol. El padre Peregrine volvió la cabeza y
vio los fuegos azules que ardían a lo lejos. No, pensó, no podemos levantar una iglesia
para vosotros. Sois la belleza misma. ¿Qué iglesia puede competir con el fuego de un
alma pura?
El padre Stone caminaba en silencio a su lado, y dijo al fin:
-Yo creo que hay una verdad en todos los mundos. Y todas ellas son partes de una
misma verdad. Un día todas se unirán como trozos de un gran rompecabezas. Ha sido
una verdadera experiencia, padre Peregrine. Nunca volveré a tener más dudas. Pues esta
verdad es tan cierta como la verdad de la Tierra, y ambas concuerdan entre sí. Iremos a
otros mundos, y sumaremos las distintas fracciones de la verdad hasta que el total se alce
ante nosotros como la luz de un nuevo día.
-Es mucho decir viniendo de usted, padre Stone.
-Lamento, en cierto modo, que descendamos a la ciudad, para ocuparnos de seres de
nuestra propia especie. Esas luces azules. Cuando se posaron alrededor de nosotros, y
esa voz.
El padre Stone se estremeció.
El padre Peregrine lo tomó de un brazo. Caminaron juntos.
-Y sabe usted -dijo el padre Stone finalmente, con la vista fija en el hermano Matías
que marchaba ante ellos, llevando cuidadosamente en los brazos aquella esfera de vidrio
donde una fosforescencia azul brillaba para siempre-, sabe usted, padre Peregrine, ese
globo...
-¿Sí?
-Es Él. Es Él, al fin y al cabo.
El padre Peregrine sonrió y juntos descendieron por las colinas, hacia la nueva ciudad.
sábado, 23 de mayo de 2009
jueves, 14 de mayo de 2009
¿Qué es el haiku?

Haiku es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento."
La definición que puedes leer es la que dio del haiku el propio Basho, que es considerado el padre del género.Formalmente, es un poema breve, casi siempre de diecisiete sílabas distribuidas en tres versos, de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente. Pero no es esto lo que caracteriza al haiku pues el mismo Basho, (en el retrato), se saltó esas reglas muchas veces.Lo que caracteriza al haiku y lo distancia de otras formas poéticas es su contenido. Un haiku trata de describir de forma brevísima una escena, vista o imaginada.Entonces, ¿cuál es el fin del haiku?, ¿la belleza, el Zen, la ascesis, el misterio del universo o la suprema importancia del suceso más pequeño? No hay ningun patrón a seguir.Para Basho el haiku era un camino al Zen. Buson lo consideraba un arte más cuyo fin era la belleza. Para Issa la expresión de su amor por las personas, los animales, las cosas.En la mayoría de los poemas se hace alguna referencia a alguna de las estaciones del año. Si bien existen numerosos poemas, de Basho y otros, donde no se realiza ninguna referencia a esto.Hemos de tener en cuenta por tanto algunas cuestioness:1º.- El antiguo calendario japonés estaba retrasado un mes respecto al occidental.2º.- La primavera comenzaba el 1 de Enero.3º.- Los meses eran lunares.La primavera se identifica con la floración de ciruelos, cerezos, sauces, el canto de las aves, las siete flores de la primavera, etc. El verano traía consigo el canto de los insectos, las lluvias, las tormentas, la siembra. Propio del otoño eran los patos, las garzas, las largas noches o la cosecha del arroz. Finalmente el invierno venía acompañado de la nieve, la niebla, el viento y los campos vacíos.Resumiendo, a pesar de su brevedad el haiku está relacionado con tantos aspectos literarios como extraliterarios, y es difícil acotarlo como una mera forma métrica. Es por ello que la sintética definición que dio Basho es probablemente la más precisa que podemos dar.Si quieres profundizar más tanto en la teoría como en la historia del haiku te recomiendo una visita a la web de Luis Corrales Vasco, El Rincón del Haiku, donde podrás encontrar una interesante aproximación este género, así como excelentes artículos y colaboraciones.Disfrutemos ahora de este lugar, de este momento.
Mil grullas - Elsa I. Bornemann
Este cuento fue escrito por la autora argentina Elsa I. Bornemann. La historia trata de la vida de dos chicos en la época de la Segunda Guerra Mundial, en el momento en que Japón, se había declarado en guerra contra EEUU, quien envió bombas atómicas a las ciudades de Hiroshima y Nagazaki. Este escrito trata de mostrar la forma mas "linda", o menos horrorosa, escalofriante, e infernal de todo lo que se vivió durante ese tiempo en Japón (obviamente también fue horroroso lo que hacia Hitler con sus tropas alemanas invadiendo los países de Europa occidental y otros países sin importar los pactos que tenían ( ej el pacto que tenia con la URSS)) Sin más palabras les dejo el cuento, espero que lo disfruten tanto o mas que yo. Saludos!
Breve tarea: 1.- Investiga acerca de la Segunda Guerra Mundial- Puedes preguntar a los docentes en Historia.
2.- ¿qué es el origami? ¿Y una grulla?
3.-¿qué opinas de este texto?
4.-¿Si ilustramos este texto? Pueden ser fotos, recortes de revistas, dibujos, etc-
Aclaración previa: Una creencia popular japonesa asegyra que haciendo mil de esas aves-según enseña a realizarlo el origami-se logra alcanzar larga vida y felicidad
Breve tarea: 1.- Investiga acerca de la Segunda Guerra Mundial- Puedes preguntar a los docentes en Historia.
2.- ¿qué es el origami? ¿Y una grulla?
3.-¿qué opinas de este texto?
4.-¿Si ilustramos este texto? Pueden ser fotos, recortes de revistas, dibujos, etc-
Aclaración previa: Una creencia popular japonesa asegyra que haciendo mil de esas aves-según enseña a realizarlo el origami-se logra alcanzar larga vida y felicidad
Mil grullas
Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando. Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes. Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo. ¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro! Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos. Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio... Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando. Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes. Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo. ¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro! Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos. Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio... Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
-No tengo hambre —le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía—.
Te dejo mi vianda —y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.
Naomi... Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún... El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares. Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable. A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases. Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque... Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque... Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! —pensaron los dos al mismo tiempo.
Miyashima: pequeña isla situada en las proximidades de la ciudad de Hiroshima Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local. Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas,
-Para cuando termine la guerra... —decía el abuelo—.
Todo acaba algún día... —comentaba la abuela por lo bajo.
Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.
¿Y Naomi? El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro. El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:
Lento se apaga El verano Enciendo Lámpara y sonrisas. Pronto Florecerán los crisantemos. Espera,Corazón.
Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías ¡Era tanta la ropa para remendar! Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese. La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca... Y los dos deseos se cumplieron. Pero el mundo tenía sus propios planes...
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora? "Ahora", Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi? En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima. En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima. Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad. En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez. Dos viejos trenzan bambúes por última vez. Verso de una popular canción infantil japonesa. Una docena de chicos canturrea: "Donguri-Koro Koro- Donguri Ko..." por última vez. Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez. Miles de hombres piensan en mañana por última vez. Naomi sale para hacer unos mandados. Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río. Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima. Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido. Nadie será ya quien era. Hiroshima arrasada por un hongo atómico. Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando. Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios! Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre. Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana. El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar. Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura. Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora? "Ahora", Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi? En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima. En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima. Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad. En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez. Dos viejos trenzan bambúes por última vez. Verso de una popular canción infantil japonesa. Una docena de chicos canturrea: "Donguri-Koro Koro- Donguri Ko..." por última vez. Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez. Miles de hombres piensan en mañana por última vez. Naomi sale para hacer unos mandados. Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río. Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima. Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido. Nadie será ya quien era. Hiroshima arrasada por un hongo atómico. Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando. Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios! Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre. Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana. El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar. Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura. Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro... —susurró. No bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama—. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta... Semba-Tsuru (Mil grullas).
Mil grullas... o "Semba-Tsuru", como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi —le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida. El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas. Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí. Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos. En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas. Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho. La tijera la llevaba oculta entre sus ropas. Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos. No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
-Prohibidas las visitas a esta hora —le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor...
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasililidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía. Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió. Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres. Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.
-Son hermosas, Tosí-can... Gracias... -Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas —y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana. Los ojos de Naomi seguían sonriendo. La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?
Febrero de 1976. Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres. Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo. Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de calcular. Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados restaurantes... Grullas y más grullas.
Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición japonesa. -Algún día completará las mil... —cuchicheaban entre risas— ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio? Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.
Vocabulario:
Tatami:estera que se coloca sobre el piso en las casas japonesas tradicionales.
Obi: faja que acompaña el kimono
Kimono: vestimenta tradicional japonesa, de amplias mangas,larga hasta los pies y que se cruza por delante, sujetándose con una faja(obi)
Haiku: breve poema de diecisiete sílabas,típico de la poesía japonesa
Miyashima: pequeña isla situada cerca de Hiroshima.
Furoshiki: tela cuadrangular que se usa para hacer una bolsa,atándola por sus cuatro puntas después de colocar el contenido.
Tosi-can: diminutivo de Toshiro
miércoles, 13 de mayo de 2009
Cuento de Caperucita políticamente correcto (Internet)
Cuento de Caperucita Roja políticamente correcto
Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad.
Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad.
Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era. Así, Caperucita Roja tomó su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.
De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta. - Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió. -
No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques.
Respondió Caperucita: - Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial -en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela.
Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro.
A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo: - Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
- Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.
- ¡Oh! -repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo.
Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes! -
Han visto mucho y han perdonado mucho, querida. -
Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y su modo indudablemente atractiva.
- Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
- Y... ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo: - Soy feliz de ser quien soy y lo que soy -y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal. Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnicos en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí.
Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
- ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios. -
¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza.
Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.
Consultar con la Sra. Asesora Pedagógica acerca de algunos términos que desconozcan.Compartir el texto. ESCRIBIR : opiniones, reflexiones, aportes de cualquier índole que te parezcan oportunas.
Costumbres del Pombero - Orlando Van Bredam
a mi abuela Plutarc
Según la abuela Taca, el Pombero es un duende que vive en el horno de barro, el que usamos para el pan y la chipá. Según la abuela, sólo sale de allí, los martes y los viernes.
Se lo suele ver con un gran sombrero y una cinta negra que le cubre la frente. Tiene debilidad por las mujeres jóvenes y se hace entender a través de silbidos. Si el silbido es fuerte, está lejos; si por el contrario, es débil, está muy cerca. Cuando se encariña con una mujer o con un niño es un ángel protector. Según la abuela Taca, es muy servicial, rubio y pintón, así dice.
De nosotros, el Pombero no se puede quejar. Siempre le dejamos por la noche, una copita de caña y unos cigarros en la puerta del horno.
- Hay que tratarlo bien- dice la abuela Taca-, después de todo es tu padre.
REGISTRAR:
1.-¿qué conoces acerca del Pombero?¿lo imaginas? ¿cómo?
2.- La última oración dicha por la abuela...¿te sorprendió?¿por qué?¿Tiene el texto relaciones con su contexto?¿qué elementos, si los hay, te "indican" esas relaciones?
Orlando Van Bredam nació en Entre Ríos, Argentina, en 1952 pero es formoseño ,porque reside desde hace 30 años en El Colorado, donde ha producido toda su obra literaria. Ha abordado el cuento, la poesía, la novela breve y el teatro. Es, además,profesor de Teoría Literaria y dirige un Instituto Superior Terciario. Este texto fue tomado de su obra Las armas las carga el diablo, 1996
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Según la abuela Taca, el Pombero es un duende que vive en el horno de barro, el que usamos para el pan y la chipá. Según la abuela, sólo sale de allí, los martes y los viernes.
Se lo suele ver con un gran sombrero y una cinta negra que le cubre la frente. Tiene debilidad por las mujeres jóvenes y se hace entender a través de silbidos. Si el silbido es fuerte, está lejos; si por el contrario, es débil, está muy cerca. Cuando se encariña con una mujer o con un niño es un ángel protector. Según la abuela Taca, es muy servicial, rubio y pintón, así dice.
De nosotros, el Pombero no se puede quejar. Siempre le dejamos por la noche, una copita de caña y unos cigarros en la puerta del horno.
- Hay que tratarlo bien- dice la abuela Taca-, después de todo es tu padre.
REGISTRAR:
1.-¿qué conoces acerca del Pombero?¿lo imaginas? ¿cómo?
2.- La última oración dicha por la abuela...¿te sorprendió?¿por qué?¿Tiene el texto relaciones con su contexto?¿qué elementos, si los hay, te "indican" esas relaciones?
Orlando Van Bredam nació en Entre Ríos, Argentina, en 1952 pero es formoseño ,porque reside desde hace 30 años en El Colorado, donde ha producido toda su obra literaria. Ha abordado el cuento, la poesía, la novela breve y el teatro. Es, además,profesor de Teoría Literaria y dirige un Instituto Superior Terciario. Este texto fue tomado de su obra Las armas las carga el diablo, 1996
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Caperucita Roja - Luis Pescetti
El narrador: Luis Pescetti
(Del libro El pulpo está crudo.)
†”Cierto día iba Caperucita por el bosque de… che ¿cómo se llamaba ese bosque?
†”¿Cuál? El de… ¿el bosque de Sherwood?
†”No, ése era el de Robin Hood.
†”¿Robin Hood no era el compañero de Batman?
†”No, el compañero de Batman era Mandrake.
†”¡Si Mandrake era un mago!
†”¿Y qué tiene? Además era el ayudante de Batman.
†”… ¿seguro?
†”Claro, ¿para qué te contaría mentiras, eh? ¿Querés que siga?
†”Y, sí…
†”El bosque quedaba en Transilvania…
†”Che, no jodas. ¿Transilvania no era donde vivía el Conde Drácula?
†”Vos tenés todo mezclado. No prestás atención a lo que te cuento y se te mezcla todo. Transilvania queda en Estados Unidos… si me vas a cuestionar todo mejor me callo.
†”Sí, mejor.
†”… ahora no me callo nada.
†”Te callás porque no querés contarme el cuento, porque no lo sabés.
†”Claro que lo sé; ahí te va, cierta noche, Caperucita estaba cerrando su famoso restaurante…
†”¿¡Su famoso restaurante!?
†”Sí, cuando de repente recibió una llamada telefónica…
†”… era uno que le avisaba que vos le estabas haciendo bolsa su cuento.
†”No, era su mamá, que le pedía que pasara de la abuelita a dejarle algo de comer. Le dijo así, “Blancanieves…”
†”¿¡”Blancanieves” le dijo!?
†”Sí, “Caperucita” se llama el cuento, pero a ella le encantaba que le dijeran “Blancanieves”. Entonces el tío le dijo así…
†”Che, ¿no era la mamá la que estaba en el teléfono?
†”¡Nunca dije que fuera la madre… por favor, prestá atención! Dejáme seguir, le dijo así, “Blancanieves, cuando cierres tu famoso restaurante llevále algo a tu abuelita que recién me habló y dice que está con un hambre terrible”.
†”¿Y por qué la abuelita no la llamó directamente al restaurante?
€ ”Porque se le olvidaba el número.
€ ”¿Y por qué no lo tenía anotado en un papelito al lado del teléfono?
†”Porque el lápiz se lo había prestado a un humilde cazador.
†”¿El que aparece al final del cuento?
†”Exactamente, que fue el que atendió el teléfono.
†”… che ¿No lo había atendido la misma Caperucita?
†”¿Quién? ¿Blancanieves?
†”Sí.
†”No creo, ella no tenía teléfono.
†”¿¡Y dónde recibió la llamada si no tenía teléfono!?
†”Ahí está la gracia, escuchá, entonces el humilde cazador le dijo a la mamá…
†”¿Por qué era “humilde cazador”?
†”Porque si hubiera sido rico tendría empresas pero no sería cazador. Ahora calláte y dejáme contarte el cuento.
†”… ¿no tenés otro? No entiendo nada.
†”Porque no prestás atención. Entonces el humilde cazador le dijo, “Mire, señora, su hija se fue a un baile a que le probaran un zapatito”.
†”¿Ese no es el de Cenicienta?
†”No, en el que hay un baile es el de Pinocho.
†”En el de Pinocho nunca hubo un baile, porque él no era como los demás niños.
†”El que no era como los demás niños era Frankestein.
†”¡Pero si él era un monstruo!
†”Por eso no era como los demás niños, ¿querés que siga o cambio?
†”… y no, seguí…
†”Entonces la abuelita le dijo…
†”¿Qué abuelita? ¿No estaba hablando con la mamá?
†”¿Ves? No atendés. ¿No te dije que la mamá era sorda?
†”¿Sorda?
†”Y claro, le habían hecho una operación, pero no quedó bien.
†”¿En el cuento dice eso?
†”Por supuesto, yo nunca te mentiría. Sigo. Entonces le dijo, “No importa yo igual la llamo después, no se olvide de darle mi mensaje”. Pero ni bien colgó el cazador ya se había olvidado y ese mismo día la abuelita hubiera muerto de hambre… si no fuera porque pasó un lobo y se la comió. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. ¿Te gustó?
†”… al medio no lo entendí, pero estuvo bueno.
†”¿Qué parte?
†”La de los ladrones que entran a la pizzería.
†”Porque no prestás atención. Mañana te cuento otro.
¿ Algún comentario acerca del cuento? Escríbelo brevemente…
(Del libro El pulpo está crudo.)
†”Cierto día iba Caperucita por el bosque de… che ¿cómo se llamaba ese bosque?
†”¿Cuál? El de… ¿el bosque de Sherwood?
†”No, ése era el de Robin Hood.
†”¿Robin Hood no era el compañero de Batman?
†”No, el compañero de Batman era Mandrake.
†”¡Si Mandrake era un mago!
†”¿Y qué tiene? Además era el ayudante de Batman.
†”… ¿seguro?
†”Claro, ¿para qué te contaría mentiras, eh? ¿Querés que siga?
†”Y, sí…
†”El bosque quedaba en Transilvania…
†”Che, no jodas. ¿Transilvania no era donde vivía el Conde Drácula?
†”Vos tenés todo mezclado. No prestás atención a lo que te cuento y se te mezcla todo. Transilvania queda en Estados Unidos… si me vas a cuestionar todo mejor me callo.
†”Sí, mejor.
†”… ahora no me callo nada.
†”Te callás porque no querés contarme el cuento, porque no lo sabés.
†”Claro que lo sé; ahí te va, cierta noche, Caperucita estaba cerrando su famoso restaurante…
†”¿¡Su famoso restaurante!?
†”Sí, cuando de repente recibió una llamada telefónica…
†”… era uno que le avisaba que vos le estabas haciendo bolsa su cuento.
†”No, era su mamá, que le pedía que pasara de la abuelita a dejarle algo de comer. Le dijo así, “Blancanieves…”
†”¿¡”Blancanieves” le dijo!?
†”Sí, “Caperucita” se llama el cuento, pero a ella le encantaba que le dijeran “Blancanieves”. Entonces el tío le dijo así…
†”Che, ¿no era la mamá la que estaba en el teléfono?
†”¡Nunca dije que fuera la madre… por favor, prestá atención! Dejáme seguir, le dijo así, “Blancanieves, cuando cierres tu famoso restaurante llevále algo a tu abuelita que recién me habló y dice que está con un hambre terrible”.
†”¿Y por qué la abuelita no la llamó directamente al restaurante?
€ ”Porque se le olvidaba el número.
€ ”¿Y por qué no lo tenía anotado en un papelito al lado del teléfono?
†”Porque el lápiz se lo había prestado a un humilde cazador.
†”¿El que aparece al final del cuento?
†”Exactamente, que fue el que atendió el teléfono.
†”… che ¿No lo había atendido la misma Caperucita?
†”¿Quién? ¿Blancanieves?
†”Sí.
†”No creo, ella no tenía teléfono.
†”¿¡Y dónde recibió la llamada si no tenía teléfono!?
†”Ahí está la gracia, escuchá, entonces el humilde cazador le dijo a la mamá…
†”¿Por qué era “humilde cazador”?
†”Porque si hubiera sido rico tendría empresas pero no sería cazador. Ahora calláte y dejáme contarte el cuento.
†”… ¿no tenés otro? No entiendo nada.
†”Porque no prestás atención. Entonces el humilde cazador le dijo, “Mire, señora, su hija se fue a un baile a que le probaran un zapatito”.
†”¿Ese no es el de Cenicienta?
†”No, en el que hay un baile es el de Pinocho.
†”En el de Pinocho nunca hubo un baile, porque él no era como los demás niños.
†”El que no era como los demás niños era Frankestein.
†”¡Pero si él era un monstruo!
†”Por eso no era como los demás niños, ¿querés que siga o cambio?
†”… y no, seguí…
†”Entonces la abuelita le dijo…
†”¿Qué abuelita? ¿No estaba hablando con la mamá?
†”¿Ves? No atendés. ¿No te dije que la mamá era sorda?
†”¿Sorda?
†”Y claro, le habían hecho una operación, pero no quedó bien.
†”¿En el cuento dice eso?
†”Por supuesto, yo nunca te mentiría. Sigo. Entonces le dijo, “No importa yo igual la llamo después, no se olvide de darle mi mensaje”. Pero ni bien colgó el cazador ya se había olvidado y ese mismo día la abuelita hubiera muerto de hambre… si no fuera porque pasó un lobo y se la comió. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. ¿Te gustó?
†”… al medio no lo entendí, pero estuvo bueno.
†”¿Qué parte?
†”La de los ladrones que entran a la pizzería.
†”Porque no prestás atención. Mañana te cuento otro.
¿ Algún comentario acerca del cuento? Escríbelo brevemente…
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